Sede Canónica
La Hermandad Lasaliana y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús en su Prendimiento, María Santísima del Perdón, San Juan Bautista de La Salle y San Tarsicio Mártir, está erigida Canónicamente en el Monasterio del Espíritu Santo de la Ciudad de El Puerto de Santa María (Cádiz) desde el 26 de enero del año 2024, perteneciendo a la Diócesis de Asidonia-Jerez.
Historia del Monasterio del Espíritu Santo
El Monasterio del Espíritu Santo de El Puerto de Santa María es un lugar impregnado de historia, un testigo silencioso del paso del tiempo y de la fortaleza espiritual de las religiosas que lo han habitado. Su origen se remonta a finales del siglo XV, cuando la Orden del Beato Guido de Montpellier, con su fuerte vocación hospitalaria y asistencial, se estableció en la ciudad junto a la ermita de San Blas y el hospital de San Telmo. Desde sus inicios, esta institución se dedicó a la atención de los enfermos y marineros, proporcionando refugio y sepultura a aquellos que fallecían en la mar.
El monasterio ha atravesado siglos de vicisitudes y desafíos. En sus primeros tiempos, la comunidad creció y prosperó, enviando religiosas a fundar nuevas casas en Rota en 1540 y en Jerez de la Frontera en 1553, ambas con la misma misión hospitalaria y de acogida a niños expósitos. Sin embargo, el hospital del Espíritu Santo dependía directamente del Preceptor General de Roma, lo que con el tiempo llevó a dificultades administrativas y económicas. A finales del siglo XVI, los clérigos abandonaron el hospital, dejando a las religiosas a cargo del establecimiento, que poco a poco fue adquiriendo las características de un monasterio dedicado a la educación de pupilas.
Con el cambio de siglo y la llegada del Concilio de Trento, la comunidad adoptó las normas de clausura y, poco después, el monasterio pasó a depender del Arzobispado de Sevilla. Pese a su crecimiento, la casa de Rota no logró superar las dificultades de la época y tuvo que cerrarse en 1606, haciendo que la mayoría de las religiosas regresaran a su casa madre en El Puerto de Santa María.
El monasterio sufrió una de sus mayores pruebas en 1702, cuando las tropas anglo-holandesas saquearon y destruyeron gran parte del edificio. El archivo fue consumido por las llamas, las imágenes profanadas y la iglesia utilizada como establo para caballos. Las monjas, ante tal desastre, buscaron refugio en el Monasterio de San Clemente en Sevilla, donde permanecieron durante trece meses. Cuando finalmente regresaron, encontraron todo en ruinas. No obstante, con gran devoción y esfuerzo, restauraron la imagen de la Virgen de Belén, gravemente dañada durante la invasión, y con la ayuda de benefactores lograron reconstruir la iglesia y las dependencias más esenciales.
En el siglo XIX, nuevas adversidades pusieron a prueba la fortaleza del monasterio. Durante la invasión napoleónica en 1810, las tropas francesas sometieron a la comunidad a enormes penalidades, con pérdidas humanas y materiales irreparables. Sin embargo, las monjas resistieron y, tras la retirada de las tropas en 1812, iniciaron un lento proceso de recuperación. A pesar de esto, en 1836, la desamortización decretada por el gobierno español privó al monasterio de sus rentas, dejándolo en una situación económica crítica.
A lo largo del siglo XX, la comunidad experimentó cambios significativos. En 1922, el cierre del monasterio de Jerez llevó a que las últimas cuatro monjas de esa casa retornaran al monasterio del Puerto. La escasa comunicación entre los monasterios de la Orden se vio mitigada en 1944, cuando la comunidad del Puerto recibió el apoyo de religiosas del monasterio de Sevilla. Este espíritu de fraternidad se fortaleció aún más en 1958 con la creación de la Federación de monasterios de la Orden y la unificación de sus Constituciones, estableciendo una vida común y organizada.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la comunidad se vio obligada a adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia contemplativa. En 1965, bajo el liderazgo de la abadesa Madre María Gloria del Amor de Dios, se iniciaron obras apostólicas externas, como la apertura de una academia de corte y confección, bordado y mecanografía. Poco después, en 1967, una parte del monasterio fue acondicionada como colegio, reconocido legalmente en 1969 por el Ministerio de Educación y Ciencia. Desde entonces, el colegio ha continuado su labor educativa con la colaboración de laicos comprometidos y algunas religiosas.
A finales del siglo XX, el monasterio enfrentaba un nuevo desafío: su estado de deterioro. En 1970, el edificio se encontraba prácticamente en ruinas. Sin embargo, gracias a la determinación y fe de la Madre Amor de Dios, se emprendió un ambicioso proyecto de restauración sin contar con medios económicos suficientes, confiando en la Divina Providencia. Poco a poco, el monasterio fue reconstruido y, aunque no pudo conservar su estructura original, hoy en día es un recinto acogedor donde se equilibra la oración, el trabajo artesanal (formas, repostería y bordado), la vida fraterna y la formación espiritual.
En la actualidad, el Monasterio del Espíritu Santo sigue siendo un símbolo de resistencia y fe. Las dieciséis religiosas que forman la comunidad, muchas de ellas provenientes de otros conventos y países, compaginan su vida contemplativa con la elaboración de productos de repostería y artesanía, lo que les permite no solo sostenerse económicamente, sino también ayudar a los más necesitados de la ciudad. Esta labor asistencial y benéfica fue reconocida en 2020 con la medalla de oro de la ciudad de El Puerto de Santa María.
A pesar de las numerosas reconstrucciones, el monasterio conserva vestigios de su pasado, como el campanario del antiguo hospital de San Telmo y algunos restos de la ermita de San Blas. Su iglesia, de nave única con bóveda de cañón, ha sufrido modificaciones a lo largo del tiempo, pero sigue siendo el corazón del monasterio, un lugar de oración y recogimiento.
La historia del Monasterio del Espíritu Santo es la historia de la perseverancia y la devoción. Desde su fundación hasta la actualidad, ha resistido guerras, expolios, desamortizaciones y el paso inexorable del tiempo, siempre con la fe como motor y la vocación de servicio como guía. Es un legado vivo de espiritualidad y entrega, un faro de luz en El Puerto de Santa María, donde la alabanza y la misericordia continúan siendo el eje de su existencia.